viernes, 9 de febrero de 2024

Éramos muy distintos

 



Una familia muy grande y alegre que en cualquier amenaza corríamos a refugiarnos en la casa paterna. Los padres encantados porque su casa volvía a estar con la vida que siempre tuvo. Las risas, la bulla y los juegos de dominó que eran infaltables. Un bar siempre abierto y una despensa que mamá se encargaba de tener siempre abastecida. La familia crecía, se sumaban los cónyuges y los hijos, pero cada grupo etario buscaba sus propias distracciones y no molestaban. Teníamos nuestros propios motores prendidos, llenos de vida y de futuro.

Después que muere papá, mamá se apagó no volvió a ser la misma. Su casa siempre llena con sus hijos que nunca la abandonamos, pero no volvió a brillar esa vitalidad que irradiaba. En realidad, no quería seguir viviendo, pero le temía mucho a la muerte. Se llenó de miedos y de incertidumbre que nunca la abandonaron. Y para colmo se introdujo la polémica de la política que poco a poco contaminó nuestro ambiente. Dividió a los hermanos que podíamos pelear a gritos cada vez que nos encontrábamos. Una vez mamá me pidió, con sus ojos llorosos, que dejáramos de pelear, pero no fue posible teníamos muchas cosas en juego. Hoy me pregunto si los que apostaban con fe religiosa por ese militar golpista estarán conscientes de lo que hicieron. Hoy nadie volvió a hablar sobre ese tema y nadie lo provoca tampoco. Tememos volver a destapar tanto rencor y rivalidad. Nuestros motores se fueron apagando también con nuestra casa.

La vida siguió ya sin la casa y sin mamá. Dejamos de tener el ambiente propicio para reunirnos, pero también fallaron las ganas. Claro que continuamos viéndonos y surge el gran cariño que nos tenemos. Pero ya no es lo mismo. Los hijos, en su mayoría, se fueron del país y volvimos a quedar huérfanos, sin la sustitución y la vitalidad de hijos y nietos. Muchos son los golpes recibidos y las inseguridades que se instauraron como para no querer refugiarse en ese oasis que una vez tuvimos. Ya no es ni será posible, se nos fue la vida y solo nos queda tratar de tener, aunque sea de lejos, la alegría de verlos desarrollar sus vidas a su manera. Los sueños de una gran familia, la compañía de tanta gente afín fue borrada de un brochazo. Apagaron nuestros motores y anunciaron que se prenderían otros que en realidad nunca arrancaron.

Éramos independientes y arriesgados, hoy somos temerosos y refugiados. Actitud que se refleja en todo, en como vivimos y en como pensamos. La ciudad cambió. El mal gusto y el abandono predominan en las ruinas que van quedando. No solo son las ciudades y su aspecto, también son nuestras almas. Esa gente que bailaba al caminar hoy arrastra sus pies pesados. Cambiamos, era imposible no cambiar. Teníamos libertad y la certidumbre que proporcionaba la casa paterna. Hoy no tenemos libertad ni la certidumbre de volver a ver a nuestros hijos.

 

 

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