viernes, 22 de enero de 2021

Y cerró el Gran Café de Sabana Grande.

 



En el año 1946 Henri Charriére, mas conocido como Papillon, inaugura en Sabana Grande el Gran Café. Sitio que perduró hasta la semana pasada cuando cerró sus puertas y con este gesto también damos por concluida la mejor época de nuestra querida Ciudad.  Este personaje que huye de la prisión francesa de la Isla del Diablo (frente a la Guayana Francesa) inaugura uno de los sitios emblemáticos de una atrayente y única Caracas. Se escapa de una cárcel, de la que no se había podido escapar nadie, navegando sobre un saco lleno de cocos. Tiempo después escribe su libro sentado en una de las mesas de su recién inaugurado café.

Este lugar emblemático de una atrayente Caracas se convierte en un centro de encuentro de la bohemia caraqueña. Lugar obligado donde se daban los encuentros de intelectuales, artistas, periodistas y visitantes de nuestra ciudad.  Interesantes conversaciones hicieron del Gran Café uno de los íconos inolvidables para los inquietos intelectuales caraqueños.

Era frecuente reunirse con amigos y participar de interminables debates sobre temas de interés para el momento. Allí se podía hablar de política, de economía, de los últimos libros publicados, de películas, poesía y teatro sin que corriera la sangre, ni uno quedara lastimado.  Conversaciones que podían cautivar hasta avanzadas horas de la madrugada sin sentirse amenazado por la delincuencia, aunque si abundaba la locura y la droga. Caracas era una ciudad bastante amable y las personas se conocían y se protegían.

Se podía disfrutar de las noches sin incomodidades y con gran placer. La zona también era propicia por la cantidad de restaurantes y tascas; se ofrecía una variedad de posibilidades gastronómicas exquisitas. El clima cálido y un cielo estrellado hacían de su espacio un ambiente acogedor que no ameritaba mayores adornos ni decoraciones. Personas muy disímiles, provenientes de distintas zonas y condición podían interactuar amablemente sin pleitos mayores ni actos peligrosos que lamentar. Claro que se formaban discusiones, pero se respiraba respeto y entendimiento. Era como si nos conociéramos, éramos como una gran familia. Se acabó el Gran Café.

Se desintegra en gran medida la disposición al intercambio inteligente, a la conversación interesante de personas con sólida formación. El recuerdo de una Ciudad que fue muy grata y afable; se va poco a poco perdiendo identidad y el recuerdo de la caraqueñidad. Hemos visto como se van acabando los sitios que hicieron nuestra historia y que conforman nuestra memoria. En cada sitio vivimos y tuvimos experiencias particulares que de alguna forma marcaron una manera de ser particular. El caraqueño de esos años era amable, cálido, amistoso porque vivía gratamente y recibía buen trato. Allí conocí a García Márquez y a Julio Cortázar en una de las tantas visitas que hicieron a nuestra ciudad. Allí tenía la oportunidad de interrogar y escuchar a Garmendia, a Miguel Otero, a Cabrujas Manuel Caballero y muchas otras personas quizás menos conocidas, pero no por ello menos interesantes. Allí me recitaron poemas y me escribieron cartas de amor en servilletas que aún conservo. Allí llegaba y de allí no me quería ir. En realidad, siempre queda algo de uno que no se despega de los lugares queridos, pero a uno lo arrancan…cerró el Gran Café.

Es aconsejable no quedar atado por la nostalgia para ver diáfanamente un futuro, para dedicar esas horas ensimismadas en pensamientos dedicados a lo que fue, en imaginar cómo será. Pero Cada día nos golpea un final, cada día nos sumergen en un nuevo dolor, en una nueva despedida. Me duele el Gran Café, me duele porque algo de mi se fue con él. Me duele como duelen las grandes renuncias, me duele una época que no volverá, me duelen experiencias que ya no se repetirán. Duele una historia fallida, duelen los finales cuando no son felices. Duele el Gran Café. Duelen nuestros fracasos.

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