viernes, 26 de noviembre de 2021

La elegida



Lo primero a resaltar de esta película es el nombre que le adjudicaron en Argentina “La elegida”. Su nombre original es “La Elegy” que significa poema triste. Hicieron una mala traducción que resulta muy desacertada para el poema triste que en realidad es este bello relato. Una película del 2008 dirigida por Isabel Coixet con la actuación de Penélope Cruz y el actor inglés Ben Kingsley, dos monstruos de la actuación. Se trata de la adaptación literaria del guionista Nicholas Meyer de la novela de Philip Roth “The Dying Animal”.

Un profesor universitario David Kepesh (Ben Kingsley) se encuentra en esa edad en la que ya se empieza a pensar en la jubilación y en una vida sin complicaciones, llenándose de valor para alejar de sí todo aquello que le incómoda cuando se tropieza con Consuela Castillo (Penélope Cruz) a quien seduce siendo su alumna.  Una joven 30 años menor que él, quien también se siente fuertemente atraída por su profesor. Así comienza un romance donde David se muestra precavido por no creer que sean sinceros los sentimientos de ella, cree saber lo que está viviendo y se dispone a no terminar lastimado.

Un hombre apacible, respetado por su comunidad, vive solo y es, de vez en cuando, visitado por su amante con quien mantiene una relación fría. Tiene un amigo que le sirve de confidente e interlocutor y un hijo con quien mantiene una relación tensa y distante para evitar conflictos. Consuela llega a su vida llenándolo de incertidumbres e inseguridades, no termina de entender que a pesar de la diferencia de edad se comience a construir un vínculo estrecho y fuerte. Ella en cambio se entrega a este nuevo amor sin importarle ninguna convención. Es una mujer desenfadada que va rompiendo todas sus barreras.

Una relación entre un hombre mayor pragmático que a esas alturas juega a saber todo sobre la vida y no dispuesto a dejarse sorprender y una mujer joven entregada a vivir con intensidad. Sin embargo, nos enfrentamos a un final que cierra al poema triste. Una gran película porque nos muestra sin artificios dos vitalidades distintas en su relación con la muerte. La película mantiene una tensión apropiada sin miserias ni lástimas. Coixet es realmente una directora conocedora del sentimiento humano con un trato respetuoso y con una mirada muy aguda.

Altamente recomendada, lástima que no la encontré en ninguna plataforma conocida, hay que buscarla.

Con esta reseña Marguareando les desea Feliz Navidad y un mejor Año Nuevo. Nos encontramos nuevamente en enero.

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

La vida secreta de las palabras



Una película del 2004, dirección y guion de Isabel Coixet con un reparto extraordinario: Sarah Polley, Tim Robbins y Javier Cámara que nos muestra de forma sencilla y bien conducida el poder de la palabra.

En una plataforma petrolífera situada en medio del mar sucede un accidente donde es afectado Josef (Tim Robbins) con graves quemaduras y una ceguera que resulta temporal. Hannah (Sarah Polley) se compromete a cuidarlo y limpiarle sus heridas. Ella es sorda y tiene un pasado complicado que mantiene en silencio, pero renuncia a todo y se compromete a cuidar a este hombre, también difícil por su arrogancia y su condición. Se va creando un fuerte vínculo entre ellos con mucha precaución y tiempo, paulatinamente y aun ritmo que es parte del encanto poético de este relato.

Los secretos se van revelando poco a poco por una sincera atención del interlocutor. La palabra libera y hace mas liviana las cargas sostenidas en silencio. Esta es la intención de Coixet con esta excelente dirección que conservan un ritmo y delicadeza precisa, de otra manera se hubiese caído en un lugar común vulgar. Su cadencia envuelve al espectador. Por esta posibilidad vuelven a encontrar una razón para vivir. Es una película emotiva, un canto a la vida a pesar de lo dura que pueda resultar. Al final todo queda dicho y todo cobra sentido, ya no hay secretos entre los dos.

Una obra maestra y a la vez reveladora de lo perdido que andamos, con un mundo donde cada vez se valora menos la intimidad, la palabra y la importancia del otro honrado en su escucha. Por otra parte, el personaje fascinante de Javier Cámara como cocinero del centro les ofrece una posibilidad sensual que deleita sus encuentros.

Se había anunciado en Netflix, pero aún no se encuentra en cartelera. Habrá que buscarla vale la pena.

 

viernes, 12 de noviembre de 2021

El Algodonal



Trabajé en el Hospital Simón Bolívar del Algodonal durante dieciséis años. Tiempo suficiente como para sentirme parte de una gran familia de profesionales que trabajábamos con verdadera vocación de servicio. Admiré profundamente a todos los médicos que conocí por su entrega a los pacientes y por su gran calidad profesional. Puedo afirmar que no conocí, ni vi ningún médico abusando o maltratando a sus pacientes. Al contrario, su disciplina y seriedad causaron en mi asombro desde los primeros días por lo riguroso que siempre se mantuvieron en relación a la evolución, diagnóstico y tratamiento de cada paciente bajo su responsabilidad. La rigurosidad como respetaban las jerarquías de autoridad no se cuestionaba bajo ningún aspecto.

Era un Hospital docente donde se formaban médicos internistas, cardiólogos, intensivistas, neumólogos y quizás cualquier otra especialidad que en este momento se me pasa. Había, entonces, residentes, que conformaban el personal de batalla siempre supervisados y evaluados por sus profesores. Médicos jóvenes egresados de nuestras Universidades con muy buena base y dedicados a sus estudios. Tenían sus horarios y sus tareas estrictamente asignadas, seis pacientes por cada residente de quienes debían dar informe médico todas las mañanas. Los pacientes permanecían acompañados por sus familiares y contaban con médicos a toda hora por cualquier emergencia.

Un Hospital con insumos, equipos y personal competente. Todo se fue acabando, los médicos residentes cada vez fueron menos y los cubanos que llegaron no conocían lo elemental como para poder atender a un paciente hospitalizado. Las revistas médicas se volvieron hostiles porque nada que los médicos especialistas preguntaran estaban en capacidad de contestar. No sabían leer una radiografía de pulmón, ni ninguna otra observación de las historias médicas. No sabían ni escribir y los médicos jefes fueron perdiendo la paciencia, no se podía tolerar tanta ignorancia cuando se trataba de vidas humanas. No se contaba ya con insumos, comida ni equipos para los exámenes pertinentes.

La situación se hizo inaguantable porque prácticamente quedamos solo como testigos del abandono y consecuente muerte de pacientes que en otras circunstancias podrían haber sido recuperados. Poco a poco fueron renunciando y pidiendo la jubilación, después de mucho batallar por un Hospital que fue en su tiempo de referencia internacional. Tenía bellos jardines y una arquitectura de Carlos Guinand Sandoz del año 1939, en un valle donde se plantaron 8.000 árboles de eucaliptos beneficiosos para los pacientes tuberculosos. Tenía capacidad para 300 camas en salas con balcones abiertos y aireados.

Cuando el médico trabaja en condiciones adecuadas y tiene como aliviar el sufrimiento del paciente se dedica con esfuerzo, interés y profesionalismo. La situación cambia cuando el medio se vuelve adverso y se reduce el esfuerzo terapéutico a una desesperante impotencia. Acabaron con la red de salud pública, acabaron con nuestros hospitales, obligaron a los médicos a emigrar. Los pocos que quedan tienen muy reducida su conducta profesional y ética.

Escribo estas líneas para agradecer a tantos médicos de los cuales mucho aprendí y admiré en momentos que se desató una agresión muy injusta contra nuestros galenos.

Me duele el estado en que se encuentra El Algodonal del cual me sentí parte. Me duele cuando un médico del medio público es agredido injustamente, me duele como se les maltrata con sueldos miserables y sin posibilidades de atender como quisieran a los pacientes. Me duelen las injusticias a las que somos sometidos diariamente. Me duele mi país.