viernes, 20 de octubre de 2023

Solo una experiencia

Cúpula en la Roca



En el año 1974 fui a Israel, con motivo de una pasantía de agricultura, importación y exportación, que se encontraba haciendo mi exmarido. Fue uno de los escogidos para trabajar con un grupo de israelíes que vinieron a Venezuela y adiestrarlos en esas prácticas. Les adelanto que fue una experiencia maravillosa. La gente encantadora y dispuesta en todo momento a ayudar. Los padres de Israel, a si se llamaba nuestro amigo, se mudaron de apartamento y nos lo dejaron a nosotros, estuvimos allí dos semanas (aclaro que mi esposo se había ido dos meses antes) hasta que nos fuimos para Grecia y después a Holanda para ver el final del mundial de futbol, en el que competían con Alemania. Holanda perdió y la ciudad era un gran funeral, después de haber sido una fiesta. Regresamos ya para despedirnos y agradecer.

Un país construido desde la nada que podía dar lecciones al mundo. De un desierto hicieron una tierra fértil donde mantenían un cultivo de frutas y hortalizas que daba hasta para exportar. El embalaje, envoltorio y cuidado del producto no lo he vuelto a admirar como en aquel entonces. Tel Aviv no tiene nada que envidiarle a las grandes capitales del mundo. Jerusalén, al ser un sitio sagrado, posee un halo de misterio, recogimiento y respeto que transporta a otro contacto con el alma. Edificaciones maravillosas donde se reúnen moros y cristianos, sin ningún inconveniente y comparten esa parte de la historia que tienen en común. Sus ancestros son los mismos. En Jerusalén me comí los dulces más ricos que me he comido en mi vida.

Ya estaban en guerra (siempre han estado en guerra) se oía el bombardeo en la frontera y movimientos de soldados en las calles. Hombres y mujeres dispuestos a defender su patria, siempre lo han estado. También se veían ortodoxos arrancando en los autobuses afiches de mujeres en traje de baño. Cumplían su objetivo y se iban sin causar otros contratiempos.

Una amiga del colegio se había ido a Israel. La busqué y estaba viviendo en un Kibutz, una comunidad agrícola que a la vez cumple un papel de defensa. Están situadas en las fronteras y alertas de cualquier movimiento amenazante, allí viven las familias que así lo deseen, pero deben dejar a sus hijos en especies de internados (dentro del Kibutz) mientras los padres trabajan. Es decir, los niños no se crían en familia. Ni los padres trabajan en lo que quieren. Mi amiga estaba feliz ahí y eso que se había criado en Venezuela y educado en un colegio católico. Después no supe más nada de ella. En Israel se hablaban todos los idiomas, era un compendio de personas de todo el mundo. Yo les decía ustedes están unidos en un solo país por la guerra, pero ellos me contestaban que no era así, era toda una historia.

Allí todo es una experiencia nueva. En el mar muerto flotas, aunque no quieras, por la densidad de las aguas salinas, es el mar denso mas profundo del mundo. Sumergirte en esa arquitectura es como regresar a la época de Cristo. La cultura es muy variada, según la procedencia de los habitantes. Se encuentran personas de toda Europa.

Así que Israel es especial para mí y me duele, aunque no sea judía. Dejé grandes amigos en los cuales pienso y me preocupan. Viví con ellos y pude apreciar lo buenas personas que son y lo hospitalarios que se muestran con los amigos. Uno no se siente diferente porque como dice Fernando Mires es un trozo de corazón occidental incrustado en el corazón del mundo islámico. Allí también está nuestro corazón.

 

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