viernes, 14 de febrero de 2025

Quería ser (cuento)

 

Albena Vatcheva


Buscaba desesperadamente por hacerse un nombre, sentía que podría enloquecer si no lo lograba. Tenía un mandato que arrastraba desde pequeña del que no se podía desprender, una vida anónima no era para ella, ya su suerte se había echado en la conjunción de las estrellas el día que nació. Una hechicera muy famosa que había llegado al pueblo día antes buscando a esa mujer embarazada debía advertirle del destino asignado para su pequeña hija. Le dijo: “Tu hija será alabada y rechazada al mismo tiempo, dependerán de ella los que la crean iluminada e invencible y las detestarán los que vean que es una impostora. Todo dependerá de cómo ella lleve esa pesada carga. No deberá creerse ser ese nombre que busca, lo deberá representar, pero nunca ser” a esta sencilla mujer le pareció que se había tropezado con una mujer desquiciada, de mirada franca y atormentada. Se sacudió el pelo y continuó su camino. Vino a recordar este episodio años después cuando temió por su hija.

Alma nació sin contratiempos y creció en un campo que le enseñó la belleza de la calma y la naturaleza. Pasaba muchas horas observando los insectos y pájaros, admirando como se organizaban con los otros de su especie, sus nidos, sus alimentos y métodos de sobrevivencia y protección. También asistía a su colegio en donde desde pequeña fue admirada por su inteligencia y facilidad para relacionar sus lecciones con la vida que observaba. Cuando ya cursaba materias un poco más complicadas una maestra le aconsejó “no te quedes en el campo, sal al mundo que te necesita. Debes ser conocida” al mismo tiempo que habló con sus padres. Su padre la amaba y gustaba conversar largas horas con ella como si se tratara de una adulta. También se preocupaba porque no la veía crecer cumpliendo las etapas de la niñes. Alma continuó con sus cavilaciones y ese don de la escucha. Quería responder su pregunta central ¿quién soy? ¿cómo me llamo?

Apenas fue una joven comenzó a sentir una angustia que la empujó a probar la vida del teatro y así poder ofrecer al público un rato alejado de sus vidas aburridas monótonas y sin sentido. Pero esta experiencia muy pronto la lleva a representar su propia obra y así hacerse de su propio nombre, uno hecho a su medida. Con todos sus riesgos asume este camino como “su misión” y de allí ya no puede separarse, está tomada. Su misión la domina, buscando su nombre queda atrapada por el mismo. Ya no es Alma es este nombre que está esculpiendo. Es un efecto de creación que le evita enloquecer. Ejerciendo su papel se sentía que no fingía, en la vida real se sentía un fraude, se reconoce como un fraude sin poderlo confesar. El amor que ahora buscaba venía de un público, quería ser amada por sus espectadores. La realidad es dura y no es posible evitarla, estando sola en su camerino oía una voz que le decía “mentiras no te reconocen a ti ni a tu trabajo, conocen a la mujer con un disfraz que cuenta historias raras en entrevistas”.

Siempre surgen enemigos mortales que queriendo un nombre parecido viven su locura identificados con su papel. A ese enemigo hay que seducirlo o acabarlo porque maneja el poder de la crítica. Lo que apruebe es aceptado y por lo contrario lo que rechace es desechado. Empujada a abandonar el lugar de los simulacros al saber que de un solo acto depende el ganarse un nombre o ganarse la muerte. Decide retar y devolver su propia impostura. Solo quedan dos caminos, se entrega a una actuación sincera o se reviste de los colores de la elegida.

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