Margot Benacerraf y Diego Arroyo Gil |
Cuando creí que era imposible volver a conectar con mi entorno me encuentro con una invitación de Diego Arroyo Gil para oír a una mujer que arrebata con su misterio envolvente, Margot Benacerraf. Asisto sabiendo que solo tengo que mantener silencio y dejarme llevar por un ritmo y cadencia que solo un gran escritor puede captar. Paso tres horas absorbida en una lectura que me transportó a esa maravilla que alguna vez fue nuestro mundo cultural. Vivimos intensamente esos ambientes de buen cine en la Cinemateca, tertulias y encuentros literarios, La bohemia y la poesía en los sitios nocturnos. El humor de altura y lugares de encuentros para bailar y participar en conversaciones que deseábamos no terminaran nunca. Diego me volvió a transportar a ese ambiente que sobrecoge y desliga por ratos de tristezas y realidades.
Si bien recoge recuerdo y testimonios de una vida ricamente vivida me hizo contactar con la calidez y sencillez de Margot a quien creo no se le ha rendido el reconocimiento que merece, no se la conoce tal y como las palabras de Diego me la dieron a conocer. Cerré la última página con la misma nostalgia que dejo atrás toda esa época que hicieron mi Caracas de juventud. Margot y Diego me invitaron al Castillete de Reverón, pude conocer sus muñecas que he visto lejanas en museos y cuidadosamente sentadas esperando a su amoroso creador. Ahora las pude disfrutar en su casa, en su cama, con un vigilante de sus vidas que intuía pecaminosas y las conminaba al desagravio y a la rectitud. Poco le importa a Margot si la locura guiaba las conductas de este hombre fascinante, lo que le interesa es su espontaneidad y estética para transmitir su mundo peculiar. De ese modo Reverón queda cautivado por una mirada amorosa.
Margot vive la dictadura de Pérez Giménez y relata “Había reuniones en casa de Miguel Otero, de Picón Salas, de Uslar Pietri, de Alejo Carpienter, en el taller de la Nena Zuloaga” en donde se vivía un intercambio muy rico. “La angustia política no lograba impedir que cultiváramos el entusiasmo y la alegría de vivir, todo eso que finalmente se desbordo el 23 de enero del 58 cuando cayó Pérez Giménez”. Se va a Paris donde se establece después de filmar “La Sal de Araya” y es allí donde edita su película galardonada en Cannes en 1959. Dos veces se le presentó la oportunidad de cruzarse con pedro Estrada en Paris y evita tal encuentro “Está bien que uno no sea rencoroso, pero yo no le iba a dar la mano a Pedro Estrada, mucho menos en aquella época, cuando todo era tan reciente”.
Es bella toda imagen que trasmite Margot de Araya entre las cuales este pasaje me conmovió especialmente “Porque es la imagen de la vida que se resiste a desaparecer. Los pobladores de Araya tenían el viento permanentemente en contra, el sol inclemente en contra, la naturaleza entera en contra. Vivian en la miseria y en medio de una gran soledad. No había nada, ni una flor que dar a los muertos, y sin embargo ellos responde con una inmensa dignidad a la necesidad estética de darles algo a los muertos. Recogen caracoles en el mar y se las ponen en las tumbas.” Margot es especialmente sensible a lo que ella entiende como dignidad “el insistir en darle un “sentido estético a la vida contra la adversidad, contra la nada, contra la muerte.”
Dejarse llevar por esta atmosfera maravillosa que Diego construye con su bella prosa es deleitarse en una figura dulce y decidida de una riqueza poco común. Quiere ser recordada como “Una mujer que trabajó con pasión por y para el cine en Venezuela” Sin duda será recordada siempre nuestra querida Margot por haber contribuido a hacer de Venezuela ese lugar que va “mucho más allá que sus tragedias históricas”.
Debo agradecer enormemente a Diego y a Margot un rato de sosiego en momentos muy doloroso. Recomiendo su lectura “La Sal de Ayer” que estoy segura los hará evocar tiempos inolvidables de la Venezuela que amamos.
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