Escribir
sobre este libro es quedar siempre en deuda. Es imposible hacerle el honor que
se merece e incluso de entrada no me lo propongo. Solo quiero expresar que es
el libro que más impacto me ha causado y que no me canso de leer sin tener la
sensación de leerlo por primera vez. Por muchos años lo tuve en la mesa de
noche, cualquiera de sus páginas me dejaban fascinada e impactada por las ideas
expuestas y la belleza poética de su glosa. Marguerite Yourcenar se hace
conocer con esta novela aunque anteriormente fue traductora y correctora de
estilo. Las Memorias de Adriano es su mejor y más elogiada novela, escrita en
primera persona y en la voz de Adriano,
emperador del imperio romano del siglo 2d.c. Adriano emperador romano fue además
escritor y especialista en filosofía estoica y epicúrea. Marguerite Yourcenar
nace a principios del siglo XX hija de un diplomático belga, familia acomodada
vive con su padre y su abuela paterna, su madre muere poco después del parto. A
pesar de esta diferencia de épocas, culturas y vidas Marguerite se apropia
magistralmente de la personalidad de
Adriano y de su temperamento y emoción. La mejor versión, por supuesto, es la
traducción de Julio Cortázar de 1974. Una joya literaria, conformada de
reflexiones filosóficas acerca del poder, del amor, de la vida y de la muerte.
Adriano
escribe a su sucesor Marco Aurelio a quien había adoptado como nieto y sería su
sucesor. Le comienza diciendo “La verdad que quiero exponer aquí no es
particularmente escandalosa, o bien lo es en la medida en que toda verdad es
escándalo. Lejos de mí esperar que tus diecisiete años comprendan algo de esto.
Sin embargo me propongo instruirte, y aun desagradarte.” Le especifica que él
mismo irá aprendiendo de sus letras y que no tiene idea a donde arribará. Lo
que suele suceder con la escritura. “Cuento con este examen de hechos para
definirme, quizás para juzgarme o por lo menos para conocerme mejor antes de
morir”. Era un pensamiento que no lo abandonará nunca “Tratemos de entrar a la
muerte con los ojos bien abiertos”. Conmueve la sinceridad de sus sabias reflexiones expuestas con la mayor
humildad. “Si decidí escribir estas Memorias de Adriano en primera persona, fue
para evitar en lo posible cualquier intermediario, inclusive yo misma. Adriano
podía hablar de su vida con más firmeza y más sutileza que yo” y realmente
habla Adriano.
La
pasión de Adriano fue siempre los otros seres humanos y la belleza del efebo en
la perfección de sus formas, siendo Antínoo su gran amor. Mas que el poder su gran goce fue el
conocerse a si mismo como un medio para evaluar la existencia humana, descubrir
lo que los otros se esforzaban por ocultar y los libros “Como todo el mundo,
sólo tengo a mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el
estudio de mí mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más
fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre
ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los
errores particulares de perspectiva que nacen entre sus líneas.” El mayor asombro
provocado por el goce de la vida es cuando se produce “más que un simple juego
de carne, una invasión de la carne por el espíritu.” Su gran amiga, consejera y
espejo de sus confidencias fue Plotina emperatriz y esposa de Trajano. Influye Plotina para que Adriano sea nombrado
sucesor de Trajano al mayor poder romano. La considera Adriano su genio
benéfico.
“Y fue
entonces cuando surgió el más sabio de mis genios benéficos, en la persona de Plotina.
Hacía cerca de veinte años que conocía a la emperatriz. Pertenecía al mismo
medio; teníamos casi la misma edad. La había visto vivir una existencia tan
forzada como la mía y más desprovista de porvenir. Me había sostenido, sin
parecer darse cuenta de que lo hacía, en momentos difíciles. Pero su presencia
se me hizo indispensable durante los días peligrosos de Antioquía, tal como más
adelante me sería indispensable su estima, que conservé hasta su muerte. Me
acostumbré a aquella figura de ropajes blancos, los más simples imaginables en
una mujer; me habitué a sus silencios, a sus palabras mesuradas que valían
siempre por una respuesta, la más clara posible. Su aspecto no chocaba para
nada en aquel palacio más antiguo que los esplendores de Roma: aquella hija de
advenedizos era harto digna de los Seléucidas. Estábamos de acuerdo en casi
todo. Los dos teníamos la pasión de adornar y luego despojar nuestras almas, de
someter al espíritu a todas las piedras de toque. Plotina se inclinaba a la
filosofía epicúrea, ese lecho angosto pero limpio donde a veces he tenido mi
pensamiento. El misterio de los dioses, tan angustioso para mí, no la tocaba, y
tampoco compartía mi apasionado gusto por los cuerpos. Era casta por
repugnancia hacia la facilidad, generosa por decisión antes que por naturaleza,
prudentemente desconfiada pero pronta a aceptarlo todo de un amigo, aun sus
inevitables errores. La amistad era una elección en la que me comprometía por
entero, entregándose como yo sólo me he entregado en el amor. Plotina me
conoció mejor que nadie; le dejé ver lo que siempre disimulé cuidadosamente
ante otros, por ejemplo ciertas secretas cobardías. Quiero creer que, por su
parte, no me ocultó casi nada. La intimidad de los cuerpos, que jamás existió
entre nosotros, fue compensada por el contacto de dos espíritus estrechamente
fundidos.”
El
poder es el punto central para reflexionar sobre el ser humano y sus pasiones.
Concebía Adriano el poder como un medio para conservar y hacer posible la
armonía. La armonía en todas sus dimensiones, en la naturaleza, en la
cotidianidad y vida de los seres que habitan la polis. Todo parte para Adriano
de la voluntad del ser humano. Era fundamentalmente su ideal la paz. “Quería
que a todos llegara la inmensa majestad de la paz romana, insensible y presente
como la música del cielo en marcha; que el viajero más humilde pudiera errar de
un país, de un continente a otro, sin formalidades vejatorias, sin peligros,
por doquiera seguro de un mínimo de legalidad y de cultura; que nuestros soldados
continuaran su eterna danza pírrica en las fronteras; que todo funcionara sin
inconvenientes, los talleres y los templos; que en el mar se trazara la estela
de hermosos navíos y que frecuentaran la ruta numerosos vehículos; quería que
en un mundo bien ordenado, los filósofos tuvieran su lugar y también lo
tuvieran los bailarines. Este ideal, modesto al fin y al cabo, podría llegar a
cumplirse si los hombres pusieran a su servicio parte de la energía que gastan
en trabajos estúpidos o feroces; una feliz oportunidad me ha permitido
realizarlo parcialmente en este último cuarto de siglo.” Reflexiona sobre la
soledad del poderoso, sobre su reinado y las batallas pero sobre todo sobre la
cultura y arte.
Este
breve y limitado recorrido solo intenta entusiasmar para su lectura ahora que
cumple esta gran novela 60 años de su publicación.