La película del director Pawe Pawlikowski nos narra la historia de dos mujeres que aunque son familia no se conocen. Wanda e Ida son tía y sobrina separadas por la terrible historia que sufrieron víctimas de los horrores del nacismo. Ambas quedan determinadas en sus vidas por la crueldad y la película nos muestra de una forma muy acertada el destino de cada una de ellas, la forma muy particular que escogieron para poder seguir viviendo. Es una película que trata de la feminidad en vidas que transcurren en los límites de lo soportable. El deseo femenino expresado en dos vidas atravesadas por lo desgarrador y en búsqueda de una resolución que había quedado suspendida. Wanda, la tía, interpretada excelentemente por Ágata Trzebuchowska, es una mujer dura, jueza que tiene la oportunidad de sentenciar a muerte a algunos genocidas pero sin resolver su terrible vacío existencial. Todo pareciera que solo está esperando a Ida y junto a ella buscar sus propias verdades, saber dónde se encuentra enterrado su hijo, los padres de Ida y terminar con su vida. No apresura su final, lo espera. Nos muestra el deseo de no seguir viviendo, la vida no vale la pena de cualquier manera.
Ida, interpretada por Ágata Kulesza, es una joven que sobrevivió a una masacre y que es dejada en un convento para su cuidado y manutención. Allí adquiere el nombre de Anna, desconoce su origen judío y la historia que antecede a su vida antes de emprender su camino a ser monja. “La monja judía” que antes de consagrarse, siendo novicia, es invitada por la madre superiora a que salga al mundo a descubrir su origen y a decidir si ser monja es realmente su vocación. Es así como sale a buscar a su tía y ambas emprenden un viaje por la Polonia de los años sesenta, un viaje que tiene como finalidad enfrentar y conocer su pasado. De este modo tenemos a una mujer madura que ya está de vuelta en su camino, que solo le queda una misión que cumplir y una joven que está descubriendo su verdadero nombre, su identidad y cómo quiere vivir su vida. Ida, por lo tanto, que sí tiene un deseo de vivir plenamente, sale al mundo a descubrir quién es y qué realmente desea como forma de vida. Dos mujeres Wanda y la madre superiora causan el emprendimiento de la búsqueda del deseo de Ida.
Wanda durante su atormentada vida y en un intento de elaborar sus duelos sin conseguirlo, se dedica a emprender actividades que revelan un modo de goce femenino, el fálico. Se reviste de una dureza en sus actividades en el juzgado y se aferra a un goce que implica múltiples encuentros con hombres y el aturdimiento de la bebida. En esta vorágine vital trata de callar su verdadero y terrible dolor perdiéndose en ella misma. Expresa “Fui Wanda, ya no”. Una mujer es “una mujer”, no hay formas únicas en el deseo femenino; lo que no pudo entender a cabalidad Freud lo termina de expresar Lacan como una apertura de modalidades, cada mujer escogerá el suyo. Al carecer de un amor fundamental (su hijo fue asesinado) Wanda se pierde en la escogencia fálica por la que optó y sus vacíos terminan por dominarla, ya no le es posible el vínculo social. Sabe que ya no desea vivir. La maternidad que no pudo ejercer con su hijo “casi no lo conocí” se le desborda con Ida, conmueve su mirada tierna al encontrarse con Ida en una estación de tren.
Ida regresa al convento pero transformada, el encuentro con la tía le despierta una sensualidad que tenía dormida y expresa no estar todavía lista para hacer sus votos. Sale nuevamente al entierro de su tía y se pone su vestido, zapatos y se acuesta con un muchacho saxofonista, que había ya conocido y quien le había manifestado “No tienes idea de la sensación que causas”, la coloca de esta forma como la mujer causante del deseo de un hombre, posición que ella decide explorar buscando promesas. “¿Y ahora qué? Bueno, ahora nos compraremos un perro, nos casaremos, tendremos hijos, compraremos una casa. ¿Y después qué? Caeremos en el fastidio de siempre. Es la vida”. Emprende el regreso al convento en un largo caminar donde se puede observar su definitiva convicción, será monja, pero ya sin desconocer la sensualidad y la sexualidad. ¿Es su deseo? Si, si lo es. Ida ya ha hecho las paces con su pasado, ha atravesado las dudas de su presente y se hace dueña de su futuro. No reniega del judaísmo, en realidad nunca lo fue, regresa a sus símbolos con los cuales creció.
Vemos también en esta película un convento que podríamos catalogar de apertura al entendimiento mundano. La madre superiora podría pasar desapercibida, aparece solo una vez en un diálogo con Ida y le dice la verdad, su tía fue convocada varias veces y no respondió al llamado, es ella quien debe ir a buscarla. No está interesada en consagrar a esta joven sin estar segura de que está escogiendo esa vida por verdadera vocación. Situándonos en una Polonia comunista, podemos concluir que es una Iglesia progresista, una institución demócrata que respeta las libertades individuales. A Ida se le dio libertad, la cual ejerció al principio con miedo pero muy pronto se apropió de sus pasos y de su vida. Una madre que permitió las interrogantes de su hija, que la empujó a no negar su feminidad, a no entregarse como un “objeto de Dios” a tener nombre propio y ser causante de otras vidas. Una mujer, como alcanza a ser Ida, se tiene que hacer en relación a su deseo, tenga éste la manifestación que tenga. La película es muy dura, pero posee una belleza femenina.
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